29 de Mayo - El Vaticano II vino a recordarnos una verdad que estaba en el Evangelio y que
nos habían predicado algunos santos, como San Francisco de Sales, pero que
estaba bastante olvidada por la generalidad de los fieles. Dice el Concilio:
“Todos los fieles cristianos, de cualquier estado o condición, son llamados a
la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad” (LG 40). Es
decir: Todos son (somos) llamados a la santidad. Jesús mismo nos pide a todos
sus seguidores que seamos perfectos “como nuestro Padre celestial” (Mt 5, 48).
Pues como hijos debemos reflejar en nuestro ser los rasgos fisionómicos de
Quien nos dio la vida. San Pablo nos lo reitera diciéndonos que seamos
“imitadores de Dios como hijos muy amados… siguiendo el ejemplo de Cristo” (Ef
5, 1-2). Jesucristo, el Hijo único y perfecto del Padre, está ante nosotros
como modelo acabado de amor y entrega a Dios y de amor y entrega por los
hombres; en su oración suprema pide al Padre: “Que sean uno como nosotros, yo
en ellos y tú en mí para que sean perfectos en la unidad” (Jn 17 22s). En el
Bautismo recibimos el germen de la vida divina, el cual debe desarrollarse
hasta alcanzar su plenitud. Es la ley interna de todo ser vivo: crecer hasta
lograr el pleno desarrollo. El Espíritu Santo que se nos dio y que derrama en
nuestros corazones el Amor de Dios (Rom 5, 5) impulsa constantemente ese
crecimiento; pero no lo realiza sin nuestra libre colaboración, de forma que
será obra suya (sobre todo) y nuestra. Esto hace que la tarea nos resulte
“costosa”. “El camino de la perfección pasa por la cruz. No hay santidad sin
renuncia y sin combate espiritual”. (Catec. Igl. Cat. 2015). Pero la cruz
culmina en la resurrección, y la lucha por la santidad es la única que de
verdad vale la pena. No luchamos solos, y a medida que nos damos,
experimentaremos que “el yugo de Jesús es suave y su carga liviana”. El divino
Resucitado que ha suscitado y suscita tantos ejemplos admirables de apóstoles,
mártires y almas entregadas, nos llama a nosotros a formar su séquito… y a dar
sentido pleno y gozoso a nuestra existencia. 26 San Eugenio decía a sus
compañeros: “En el nombre de Dios, seamos santos”. Un autor moderno se atrevió
a escribir: “La única pena del mundo es el no ser santos” P.Olegario OMI
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