Quiero
compartir algunos aspectos del caminar del Noviciado Latinoamericano María
Inmaculada ubicado en Guatemala, C.A.
1.
Acompañantes
En primer lugar estamos
convencidos que es una gracia de Dios formar parte de una comunidad de
formación. Ha sido una especial invitación, ser acompañantes de esta etapa
fundamental en la vida de los nuevos religiosos oblatos y de la cual no nos
sentimos preparados. Así que reconociéndonos limitados, frágiles y en proceso
de integración, pero fuertemente sostenidos por nuestra experiencia de fe, nos
aventuramos a decir si a este ministerio.
Antes de formar parte del equipo
de formación, tuve la oportunidad de regresar
a las aulas y adquirir algunas habilidades en el arte la formación. Me llamó
mucho la atención que la materia base, no eran los grandes manuales con la
teoría de la personalidad y de espiritualidad que yo suponía, sino el de reconocer
el contexto familiar, religioso, social, económico, cultural… donde crecí y
donde se configuró mi personalidad; ya que como fruto de mi tiempo, me doy
cuenta que he crecido en un ambiente
donde el individualismo disgrega y detiene la marcha de la familia y comunidad;
donde la competencia y la exclusión fueron parte de mi diario vivir; estas limitaciones que parecían ser mi gran
límite, son ahora un recurso reconocido para relacionarme con los nuevos
hermanos, influenciados también por estas neurosis de nuestro tiempo.
Yo vengo de una familia numerosa, donde además del aporte de mis padres, cada
hermano y hermana tenía asignada una responsabilidad en casa (unos cocinaban,
otro lavaba la ropa, otros aseaban la casa, otro bañaba a los perros…) creo que
sin pensarlo, mis padres me prepararon para ser animador de mis hermanos, claro recordando que es el Señor quien me ha confiado esta misión, a través del
superior que me insistió a responder a las necesidades de nuestra congregación.
Gracias a Dios en estos años, he
tenido la oportunidad de contar en la comunidad con otros hermanos Oblatos para realizar de la mejor manera este
ministerio, además de valiosos colaboradores externos para hacer este proceso
formativo. No sería posible hoy en día ser “experto” en todo, sigo en camino de
conversión e integración de mi ser oblato cada día.
2.
La formación
en el noviciado
El
lugar normal de la formación oblata es una comunidad apostólica, en que todos
sus miembros están comprometidos en un proceso de evangelización recíproca. Se
sostienen y se animan unos a otros, creando así un ambiente de confianza y de
libertad, en el que se invitan mutuamente a un compromiso cada vez más profundo. (C. 48)
Antes de viajar a Guatemala, el pre novicio
recibe una sencilla carta que en
síntesis dice: “… Si lo escuchas y
aceptas su misericordia sin medida (llamada de Dios), entonces se abrirá de par
en par ante ti un horizonte increíble, capaz en verdad de producirte vida nueva.
Esta experiencia de encuentro profundo con Dios que cambia y sana la vida, la vivió hace muchos años San Eugenio de
Mazenod y sus primeros compañeros; como consecuencia, con su respuesta, dieron su aporte a la
Iglesia y sociedad de su tiempo. La riqueza que da el encuentro con Dios en
nuestras vidas, como la tuvo San Eugenio, sigue siendo para nosotros una
realidad básica desde la cual se construye la vida consagrada oblata. Se vuelve
tu fuente de vida y esperanza para ser enviados a vivir y acompañar las
realidades que hoy enfrentamos, y es esta iniciación la que deseamos que
desarrolles en el noviciado y a la cual eres cordialmente bienvenido…”
En síntesis, se invita al nuevo novicio a
dedicarse por un año a reconocer el paso de Dios en su vida e historia, a
profundizar en el carisma de nuestra congregación y a escuchar los gritos de
los pobres que hoy buscan una esperanza que sólo Dios puede ofrecer en
plenitud.
Hacemos este proceso en comunidad: cualquier
tipo de comunidad ha de tener un proyecto; si los miembros deciden vivir juntos
sin especificar sus fines ni tener claro el porqué de su vida en común,
enseguida habrá conflictos y todo se desplomará.
La vida de oración y celebración litúrgica nos da la oportunidad de centrar
nuestra vida en lo realmente es importante. La vida comunitaria así, es como
“nuestro laboratorio de prácticas” y de ensayo de lo que viviremos en los
siguientes años.
Esto implica que nuestra comunidad elabore un
proyecto de vida que especifique claramente por qué formar comunidad (objetivo)
y lo que se espera de cada uno de los hermanos.
Antes de consolidarse una comunidad es
deseable que se tenga un tiempo y experiencia para esta vida en común y
clarificar sus opciones de vida. Este proceso comunitario, pretende hacer
consiente y responsable a cada novicio de su propio proceso formativo y
solícito al de sus hermanos. Para que se vaya haciendo esto realidad, el
hermano, más consciente de esta invitación de Dios y para que esta vocación
llegue a su pleno cumplimiento o desarrollo, necesariamente tendrá que poner
todo su empeño (físico, emocional, psicológico, espiritual, sexualidad,
intelectual, volitivo…) para que llegue a madurar y resulte lo Dios mismo
espera del Él. Cada persona es responsable de su vocación y se lleva lo aquí
aporta.
Al sentirnos parte integrante de
nuestra comunidad, con nuestras limitaciones y con nuestras capacidades, la
comunidad poco a poco se convierte en un
lugar de encuentro y sanación; descubriendo que somos aceptados, respetados y
amados por los demás, nos aceptamos y amamos mejor el lugar donde se puede ser uno mismo sin miedo ni
violencia. Todos estamos expuestos y comprometidos a trabajar para construir
una comunidad dadora de vida y signo de esperanza para nuestro mundo herido.
3.
El novicio
Oblato en Guatemala
La llegada de los
candidatos nos llena de alegría y
esperanza, el ambiente de la casa cambia completamente; los vecinos se muestran
atentos y a la expectativa para conocer a los recién llegados.
Al inicio del noviciado
pretendemos que el novicio “rompa su estructura” conocida así como pre-juicios
acerca del noviciado (año de sufrimiento y probación, año para “recibir”, año
para rezar comer y dormir, año de vacaciones…) Con este paso dado, el
novicio se dará cuenta que él mismo es el sujeto de su formación, asistido por
el Espíritu santo, con todas sus dimensiones en esta etapa de su vida en que se
encuentra, el objetivo de la formación y
la autoformación es la totalidad de su persona y que cuenta con el respaldo de
sus formadores y hermanos para hacer este proceso.
Se busca que se haga consciente de que la primacía
la tiene la vida en el Espíritu, por lo que la oración personal y comunitaria,
es el eje desde donde se decantan las demás actividades.
- Que la dimensión humana y fraterna supone un esfuerzo constante para crecer en nuestra maduración e integración personal y comunitaria. (Aceptación y reconciliación con mis heridas/sombras)
- Que la dimensión humana y fraterna supone un esfuerzo constante para crecer en nuestra maduración e integración personal y comunitaria. (Aceptación y reconciliación con mis heridas/sombras)
- Que el carisma que el Espíritu le concedió a San
Eugenio está vigente para nuestro mundo de hoy.
- Que nuestro compromiso de fe nos lleva a vivir
relaciones humanas fraternas y justas con los demás y con nuestro mundo y a
estar “donde la vida clama”
- Que la dimensión intelectual, fundamentada en
una sólida formación humana, de la realidad, teológica es necesaria para el
discernimiento personal y como comunidad apostólica nos pide una actualización
constante en los diversos campos del quehacer.
4. Conclusión
Sólo quiero expresar mi profundo agradecimiento a
Dios y a los superiores (CIAL) por esta oportunidad de poder ser testigo de la
obra de Dios en la vida cada novicio y de poder compartir lo que yo amo y lo
que da sentido a mi vida oblata; cada hermano que ha pasado por esta comunidad,
se vuelve como un maestro, al enseñarme el tiempo y el gran respeto de Dios en
cada proceso, al enseñarme a enfrentar la conflictividad de la vida en común
con fe y sabiduría, a saber llegar a acuerdos que favorezcan la vida.
He podido ver en estos años, como los novicios,
van respondiendo con valentía y responsabilidad a la invitación de Jesús; cómo
van haciendo suya la espiritualidad de San Eugenio de Mazenod, como con
esperanza y fe se esfuerzan por reconciliarse con sus historias de dolor
sufrimientos, cómo se van haciendo animadores de los demás, cómo se arriesgan a
compartir su vida y fe en nuevos espacios de misión; cómo desarrollan sus dones
y talentos en bien de los pobres… A la vez sufro con ellos, cuando veo que no
ponen de su parte para aclararse así mismos su idoneidad para este estilo de
vida, cuando el querer ser sacerdote se vuelve casi una obsesión y no una
respuesta generosa a la invitación del Señor; cuando no se abren a la amistad
de los hermanos y viven una vida muy “solitaria” o con sus amigos fuera de la
comunidad; cuando los demás son los “culpables” de un proceso no asumido, es
doloroso por que en cada etapa que vivan en el futuro, seguirán encentrando
culpables de la responsabilidad que hoy tienen en sus manos, dejando de lado la
oportunidad de reconciliarse con su historia y sanar sus heridas.
Claro que me siento en paz cuando, cuando después
de una seria reflexión y un tiempo sano de discernimiento acompañado, un
hermano reconoce sabiamente que no es su camino, puedo decir con gran confianza
“encontró su lugar” y seguro seguirá buscando hacer la voluntad de Dios en lo
que elija vivir.
En cambio es muy doloroso cuando un hermano,
debido a su historia poco trabajada, decide partir (huir) para no enfrentar la
realidad y crecer.
Sin embargo, Cuando un novicio, acompañado por su
director espiritual, el formador, su provincial y consejo lo aprueban para su
primera profesión, me uno a esa profunda alegría que sólo viene de Dios ya que
contamos con un nuevo Oblato para trabajar por el reinado de Dios en nuestro
mundo.
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